sábado, 22 de noviembre de 2014

Paz: crónica de océano



Es el cuarto día de cruce en el océano. Aún quedan dos días más.

Estar en el medio de la nada me provoca una doble sensación; por un lado es este meneo constante del barco que simula una cunita infantil, por lo que ando media dormida por los corredores y no puedo evitar bostezar cuando trabajo. Es lo mejor que me puede pasar a la hora de dormir, pero el resto de las horas del día (especialmente cuando llega la noche y al Atlántico se le da por agitarse), siento que estoy en un juego de un parque de diversiones.


Por el otro lado, salir a tomar aire y ver agua a mis cuatro puntos cardinales… eso es algo que me deja sin palabras. De alguna forma me relaja. Probablemente esa relajación se deba a que sé que en dos días voy a pisar tierra, entonces me dejo disfrutar el paisaje a mi alrededor, ese constante oleaje blanco y la ola aguamarina que deja el barco al avanzar.

domingo, 16 de noviembre de 2014

burbuja

Tal vez mi corazón es nómada.

La perte de la película de Disney Tarzan. Cuando él encuentra a Jane, cuando pone su mano junto a la de ella y se reconoce como miembro de la misma especie. Es exactamente lo que sentí cuando llegué, por primera vez, a un lugar totalmente diferente a mi burbuja.

miércoles, 12 de noviembre de 2014

lunes, 10 de noviembre de 2014

Matar el cliché

Livorno. Esta foto fue tomada por mi amigo Jon por venganza luego de
que le arruinar lo que sería "la foto perfecta" de un hombre en una bicicleta.
Nunca conocí la Italia Romántica. Esa Italia que venden las agencias de viaje y las revistas que hablan sobre ciudades. No. Mi primer impresión de Roma, por ejemplo, fue la de una larga calle llena de personas preparándose para pasar la noche allí mismo, con mantas viejas y papel de diario; algunas de esas personas haciendo sus necesidades más humanas a la vista de todos y la única que se sentía sorprendida era yo. Llegué a Nápoles por primera vez cuando los recolectores de basura estaban de huelga... en pleno verano. Ni que hablar de los gitanos en Florencia ni, mucho menos, que llegué a la ciudad del renacimiento enseguida de dejarme con un novio y lloré día y noche.

Conocí, en cambio, la Roma antigua, todas las gelaterias por las que pasaba cerca, el Rapto de las Sabinas. Perdí parte de mi fortuna tirándola en la Fontana di Trevi (una y otra y otra vez). Me perdí. Es que no hay nada más asombroso que perderse en Italia. Sea donde sea, como cuando llegué a Roma y en lugar de llegar al hostal llegue a esa calle que es residencia de muchas personas, o en Venecia donde, especialmente de noche, abundan las ratas.

Italia es mi país europeo favorito. Al que volvería cada año sin cuestionamiento. Y cada año dejaría todas mis monedas en la hermosa fontana di Trevi, también sin cuestionarlo. Volvería a Nápoles aunque sólo fuera por la pizza y sin ningún lugar a dudas volvería a los pueblios cercanos a Cinque Terre que son la escenografía real más ficticia que he visto en ninguna parte del mundo.

Para mí Italia no es sinónimo de romance ni de moda ni de comida. Es sinónimo de la vida misma: hermosa y caótica. Pone en manifiesto las cosas en las que realmente creo: lo que importa es la familia, los amigos, el buen vino y un buen plato de pastas. Y entra en crisis con las mismas cosas que yo: la economía, una historia problemática y un mundo en ruinas.
Venecia. Esta foto fue tomada por mi amigo Nacho (Agnesio)

Florencia.



Mucho más

Fueron 4 años.

Con ese sentimiento de que sólo debía estirar el brazo para tener el mundo en mis manos, cuando di un paso más para alejarme de lo conocido, de mi mundo seguro. Cuatro años atrás deseaba rutas nuevas, caras distintas, sabores que nunca había imaginado.

El sueño se hizo realidad. Surqué más de siete mares, toqué la tierra de Sandokan, del pirata Morgan y llegué a las antípodas de mi país. Superé mi disgusto por comer frutos del mar, tomé mi primer coco en el continente asiático, tiré bolas de nieve en pleno verano en el polo norte y formé amistad con personas de todas partes del planeta.

Y será que como en todos los barcos siempre hubo un portugués, yo conseguí el mío.

Pero, como todas las etapas, esta también debe cerrarse. Hace unos días mis amigas me preguntaron cuál fue el lugar qué más me gustó el el mundo entero y lo primero que se me vino a la mente fue: mi cama y mi almohada. Pero como pensé que necesitaban el nombre de una ciudad, les dije: Colonia del Sacramento. Mi hogar.

Terminé una ruta acuática. Terminé con una etapa que me llevó por el mundo: de arriba a abajo y de un costado al otro (si mi profesor de geografía lee esto ¡me mata!). Pero sin dudas que no he terminado de viajar, de quemar kilómetros, de conocer gente.

En estos cuatro años hice mucho ¡pero aún queda mucho más!

Selfi en Senegal con niños de una villa.

Tomando cerveza Baltika frente a la Iglesia del Salvador sobre la Sangre Derramada,
en San Petersburgo.

En Napoli, en el lugar donde se inventó la pizza Margarita.

Tirando la moneda en la Fontana di Trevi, en Roma, Italia.

Crew Bar con mis amigos Julio, Tamy y Lucas

Ciudad del Cabo con la Table Mountain de fondo.

Con Jon, mi mejor amigo, en San Petersburgo.

Dos luchadores de pura cepa. Ricardo con buena compañía en Hong Kong.

lunes, 29 de septiembre de 2014

La primera

Dakar, Senegal.

Con Nafi, el día que la conocí.
Nafi es la primera esposa. Es una mujer hermosa, grande y majestuosa que, con su traje y turbante color verde, está sentada al final del bus, inspeccionando al guía. A él tener una superior mujer parece no hacerle gracia. El guía es un hombre muy tradicional quien no dejó pasar momento para contarnos cómo no le gustaba que las tradiciones estuvieran cambiando.

Según él nos explicó, las mujeres senegalesas, al casarse, van a vivir a la casa del marido, con la madre del marido y, teniendo en cuenta que lo común es tener muchos hijos, probablemente, también vivirían con los hermanos y las esposas de esos hermanos. Todas esas personas bajo el mismo techo sin tener en cuenta que la tradición musulmana les permite tener varias esposas. Así que estamos hablando de varias esposas de un mismo hombre viviendo con la suegra, con los cuñados y con todas las esposas de esos cuñados. A mí me suena a muchas mujeres juntas. A Nafi también.

“Pero ahora las mujeres no quieren vivir con la suegra”, dijo el guía con un tono de voz de descreimiento. ¡Y parece que tampoco quieren que el marido se vuelva a casar!

El bus, que estaba lleno de personas occidentales, no pudo comprender cuál era la pena del guía. Una de esas mujeres, que era de Estados Unidos, me dijo que ni loca se iba a vivir con su suegra. “La mujer me odia porque le quité a su bebé”.

Le pregunté a Nafi, entonces, si ella estaba casada. Me dijo que sí, y que tenía una hija. Le pregunté si su marido tenía más esposas. “Sólo una más”, me respondió, “Pero yo soy la primera”, y un dejo de orgullo se escuchó en su voz.

La segunda esposa vive en el piso de arriba, con sus dos hijas, y el marido se turna al momento de dormir: dos noches con cada una. Por suerte, me contó, las dos mujeres se llevan bien y las hijas son muy amigas.

“Tuve suerte”, me contó “mi marido es mi mejor amigo”. Y con mucho respecto a esa amistad, él le contó que se iba a volver a casar. Su voz se quebró al decirme que es un momento muy triste y que, generalmente, la familia de la nueva esposa le da regalos a la primera esposa. Pero ella le había pedido a su marido que si alguna vez quería volver a casarse, que le contara. Y él respetó ese pedido, así que al llegar el día Nafi estaba tan preparada como podía estarlo.


Me contó que claro que apoya la tradición de su país que es necesaria porque cuantos más hijos tiene un hombre, más manos de trabajo tendría para la granja. Pero ella, me dijo enseguida, no vivía en una granja.

Links

En los siguientes links pueden encontrarse las versiones digitales de los artículos que he escrito y han sido publicados en la revista Seisgrados.